Cae la tarde en el Sector 19, antes barrio Guadalupe Este. La poca luz del sol que queda rebota y se difumina entre las partículas de tierra y dióxido de azufre que van y vienen con el viento fuerte y cálido del invierno santafesino. Las medianeras descuidadas de los patios se tambalean levemente, de a ratos se cae alguna. La mayoría de las casas parecen abandonadas, llenas de humedad y graffitis en sus fachadas, tienen las ventanas tapiadas y las puertas despintadas y sucias, pero blindadas. Los mosquitos mutados del dengue descansan entre los yuyos espesos que salen de las calles y veredas rotas. Pasa un camión de la policía con las luces blancas y azules y un altoparlante que dice: “Comienza el toque de queda. Se abrirá fuego preventivo a cualquier persona que sea vista violando el aislamiento. Las ejecuciones sumarias están permitidas”.
Su búnker está debajo de la casa que ya no habita. La escotilla de entrada es redonda con dos trabas y cierre presurizado y centralizado, de las mejores del mercado. Una vez pasada la escotilla hay una escalera para bajar los cinco metros de profundidad y luego una pequeña esclusa descontaminante. Las paredes y el piso son de concreto con una fina capa de pintura antiviral. Todo está impecable y bien iluminado. La cama está tendida con sábanas limpias. En el escritorio está su laptop encendida, mostrando en la pantalla la evolución de sus acciones de la bolsa y en otra ventana una noticia que lo involucra en una estafa millonaria a sus clientes. En la cocina hay una heladera de puerta vidriada repleta de botellas de agua potable y frutas y verduras de larga vida, en el freezer tiene algo de carne de cultivo. En un pequeño depósito guarda los tanques llenos de NutriNacional de 5 kilos que sirven para alimentarlo y oxigenarlo mientras utiliza el aliviador. Los tanques vacíos están en una pequeño ascensor con salida a la superficie y que sólo puede ser accedido por repositores NutriNacional autorizados por el Estado.
Está recostado dentro de la cápsula vidriada del aliviador, con una luz amarilla cálida que le ilumina la cara, tiene una leve sonrisa y sus ojos se mueven rápido debajo de los párpados cerrados. La pantalla de led del aparato dice:
60 días de aislamiento nivel 5 simulados
1% de NutriNacional restante.
En la simulación está en su casa, sentado en un sillón del living, la luz de la tarde entra por las ventanas atravesando las cortinas amarillas, limpias, un viento fresco las mueve y recorre toda la casa dejando un olor a pasto recién cortado, el gato da vueltas alrededor de sus piernas. Habla con su familia por videollamada. Cuando corta piensa que le gustaría mirar porno, pero hacía poco la habían prohibido (el aliviador sólo permite simular ciertas actividades para no generar expectativas peligrosas en el inconsciente). Entonces se pone a mirar algunos memes de los que produce el Ministerio de Protección Ciudadana, algunos son graciosos, piensa. Suena el timbre, se levanta, se pone el protector facial y los guantes, sube la persiana y mira, hay un negro vestido de traje oscuro, lleva barbijo y guantes de latex naranja. Es Laurence Fishburne, el de Matrix.
— Hola — dice él.
El otro no responde
— ¿Qué quiere?
— Ya sé que querés mirar porno — dice el negro
— ¿Cómo?
— Querés mirar porno o un buen meme, pero el gobierno no te deja, tienen más miedo de que seas, temen más a eso que al virus — dice y se saca los guantes y luego el barbijo. Él cierra la persiana de golpe.
— Señor, si no se pone de nuevo el barbijo voy a tener que llamar a la policía.
El negro larga una carcajada.
— Estás en una simulación, en un rato te vas a despertar, te queda poco nutricional y se te va a apagar el módulo. Tomá — dice y desliza un papel por debajo de la puerta
— ¿Señor?… ¿Está ahí?
No se escucha nada del otro lado de la persiana. Espía por una hendija, ya no está.
Se agacha y con las puntas de los dedos enguantados levanta el papel, lo mira, hay una dirección de Internet escrita, esta compuesta por números. Se escucha un golpe fuerte en la puerta, se sobresalta
— ¿Señor sigue ahí?
Otro golpe más, más fuerte.
— Señor voy a llamar a la policía…
— ¡Memorizá esa dirección! — grita el negro con una voz más grave.
— Señor por favor váyase, ¡ya estoy llamando a la policía! — dice mientras marca con el 911 con su teléfono.
Otro golpe en la puerta hace retumbar toda la casa, cae un pedazo de cielo raso.
— ¡Memorizá la dirección y decímela! ¡Tu libertad depende de eso!
Levanta el papel con sus manos temblando y vuelve a mirar el papel, lee la dirección en voz alta. La puerta vuelve a retumbar y la casa también.
— ¡Repetila! — Él la repite — ¡De nuevo! — Vuelve a repetirla.
Abre los ojos. NutriNacional al cero por ciento le dice la voz femenina del artefacto. Se abre la cápsula y la luz amarilla que lo iluminaba pasa a un tenue azul. Sale, se sienta en su cama. Le duele la cabeza, está nervioso, el módulo no le hizo bien, pero no puede recordar por qué. Las simulaciones a veces no se recuerdan, cómo los sueños. Va de nuevo hasta el módulo, toca unas teclas del display, su nivel de endorfinas bajó sobre el final de la simulación y tuvo un pico de ansiedad. ¿Qué mierda le pasa a esta cosa? Dice mientras cambia el tubo de nutrientes. Busca el número de teléfono de AliviAr, cuando pone marcar y ve en la pantalla de su teléfono el número, corta. Recuerda la dirección de Internet de la simulación, recuerda al negro y los golpes en la puerta, corre hasta la mesita de luz, abre la laptop e ingresa la dirección de Internet. La pantalla del navegador queda un rato largo cargando, cuando termina aparece un video en el medio con un fondo negro. El video no tiene preview. Le da play. Tarda mucho en cargar, pero arranca. No tiene sonido, sólo se ve a un hombre con una máscara de V de Vendetta sacando con un destornillador el asiento semi cama del aliviador para descubrir una tapa que también remueve. Adentro está la placa madre del aliviador y un teclado numérico al lado. El hombre marca unos dígitos que luego aparecen en la parte baja del video. Pone de nuevo la tapa, pone el asiento y enchufa el aliviador. Se nota un corte en la toma y el aliviador aparece ya encendido con una luz verde en lugar de la amarilla; otro corte, el hombre se mueve por los niveles de simulación en la pantalla táctil y lo baja hasta cero, mira a cámara y con una mano hace firme la señal de ok. El video termina. Sus ojos se abren grandes, su corazón se acelera. El Ministerio sólo permite el nivel cinco de simulación y este video no sólo le mostró cómo bajar el nivel, sino también que puede elegir el nivel cero, un nivel que hasta ese momento creía una leyenda urbana, un nivel sin restricciones, sin aislamiento. Total libertad.
Porno, buenos memes, compartir unos mates, salir de joda, ir a la cancha…, ¡coger! Dice empezando en un susurro y casi terminando en un grito.
Desenchufa el aliviador, busca un destornillador y remueve con paciencia el asiento y luego el panel que cubre la placa madre, ve todo tal cual lo describe el video. Pulsa los botones indicados. Arma todo de nuevo. Enciende el aparato que se ilumina con la luz azul tenue, la voz femenina dice aliviador iniciándose, por favor espere. Luego la luz parpadea y se apaga junto con la pantalla del aparato. Se rasca la cabeza y se tira un poco de los pelos. Desenchufa el aparato y lo vuelve a enchufar. Nada. Se refriega las manos con la cara dejándola roja. Piensa que lo rompió y piensa en lo que puede tardar en que le den un nuevo, piensa cómo va a explicar lo que hizo cuando está prohibido tocar el aparato, se imagina que ya llegó el aviso al Ministerio, se imagina en la cárcel, parado en una celda pequeña, diez metros bajo tierra, comiendo y cagando por tubos. Golpea el aliviador con el puño cerrado, lo patea, se sienta en el piso, se agarra la cara transpirada…. El aliviador se vuelve a encender con una luz verde dentro. Suspira. La voz femenina le dice elija el nivel de simulación. Sonríe, se muerde los labios, el corazón le late a mil por hora. Elige el cero.
En la simulación va con su novia hacia una cervecería nueva que abrió en el centro, él maneja y ella le va contando de un lugar en Brasil donde quiere que vayan de vacaciones. Estaciona el auto con la asistencia de un trapito que cuando sale le dice te lo cuido. La cervecería está llena, suena Gata Malvada de Leo Mattioli, se sientan y miran la carta. Una moza les pregunta qué van a tomar, eligen dos rojas y unas papas con verdeo y panceta. Más tarde piden un grande de rúcula y jamón crudo y otras pintas más. Se quedan un buen rato y luego salen hacia su casa esquivando los controles de alcoholemia. Llegan y van derecho a la habitación, ella lo agarra de los pelos y lo besa, él le aprieta el culo y la atrae hacia su cintura. Se desvisten, ella se tira en la cama y él corre a apagar la luz de la habitación y prender una luz de led de verde que está arriba de la cama. Vení, dice ella, estira un mano, lo agarra y lo tira en la cama al lado de ella.
Se despierta a la madrugada, tiene ganas de mear, ella duerme sobre su pecho, la corre despacio y se levanta. Tira de la cadena y se lava las manos, se mira en el espejo y entonces escucha una voz de mujer que pareciera salir desde las paredes: hay personas en la planta alta de su casa, por favor despierte. Mira para todos lados, acerca el oído a una pared. Por favor, despierte, hay personas forzando el ingreso. Despierte. Enviando alerta… No hay conexión.
Sale al patio, apunta su oído a la casa de los vecinos, pero el sonido no viene de ahí. Despierta a su novia, ¿escuchás eso? Dice él. ¿Qué cosa? ¿Qué pasa? Dice ella.
La escotilla fue abierta. Iniciando protocolo de despertado rápido. No se puede enviar alerta. No hay conexión.
¡Eso! ¿Escuchaste? ¿De dónde viene? Mira su teléfono, mira el de ella. No escucho nada, me estás asustando, qué te pasa, dice ella.
El primer intento de shock eléctrico leve no funcionó. Volviendo a intentar.
Eso… ¿escuchaste?
El segundo intento de shock eléctrico leve no funcionó. Volviendo a intentar.
¡Decime que es lo que escuchás!
El tercer intento de shock eléctrico leve no funcionó. Subiendo la intensidad del shock eléctrico a medio.
Mi vida qué te pasa, querés que vayamos a la guardia, por favor qué te pasa, estás temblando.
El shock intermedio no funcionó. Comienza el apagado de emergencia.
Se empieza a sacudir, le sale espuma de la boca.
¡Amor! ¡Qué te pasa por dios! Dice ella y lo agarra fuerte para que no se caiga de la cama.
El módulo no puede apagarse. No puede enviarse alerta. No hay conexión. Por favor despierte. Por favor despierte. Por favor despierte. Por favor despierte. Por favor despierte.
Lo internan en el sanatorio unos días, luego en un psiquiátrico. Ella lo visita seguido, pero él apenas si puede mantenerse sentado de la cantidad de calmantes que toma para acallar un poco las voces.
Pasan unas semanas en la simulación. La voz surge con más fuerza y dice: nivel de nutrientes muy bajo. Apagado inminente.
Abre los ojos. Tiene la vista borrosa y la cabeza le está por estallar. Se refriega los ojos, la vista se le aclara un poco: el vidrio de la cápsula del aliviador está cubierto de polvillo. Aprieta el botón de apertura y sale. Intenta ponerse de pie, pero no puede. Mira. El búnker está lleno de tierra y hojas, la cama está revuelta, el colchón tiene varios tajos y la espuma saltada, faltan su teléfono y su laptop, las puertas de los armarios están abiertas y todo revuelto o afuera, la heladera está vacía, al igual que depósito de nutricional. Logra pararse y camina. La escotilla está abierta y se ve luz del día, el aire entra sin filtro alguno. Ve un papel pegado a la escalera, se acerca, lo agarra y lee; “MORITE POR GARCA”, dice. Las piernas se le aflojan, siente palpitaciones, el cuerpo le tiembla. Va hacia el armario y busca el traje protector, no está, tampoco la máscara ni el barbijo de emergencias. Da unas respiraciones profundas tratando de tranquilizarse. Agarra una remera y la pasa alrededor de su cara tapando nariz y boca, la ata bien. Camina hacia el baño, busca los detectores rápidos del virus y el inyectable de emergencia. No hay nada. Recuerda que el aliviador trae un detector incorporado y ruega que aún esté ahí. La mano le tiembla y con dificultad busca la opción “Detección de emergencia” en la pantalla del aparato. Se desprende una pequeña bandeja con varios hisopos y un orificio. Agarra uno de los hisopos y se lo pasa por la boca, lo coloca en el orificio y empuja hacia adentro la bandeja. La pantalla del módulo dice procesando muestra y la voz femenina también dice procesando muestra.
Espera.
Le caen gotas de sudor por toda la cara empapando la remera.
Si llega a estar contagiado la policía lo va a buscar y lo van meter en el peor de los aislamientos hasta morir en unas pocas semanas con sangre saliendo de sus ojos, oídos, con sus órganos reventados...
Suena un pitido del módulo, la voz femenina dice: Muestra procesada. Resultado positivo. Por favor diríjase al centro de aislamiento más cercano. Enviando el resultado al Ministerio de Protección Ciudadana. Corta el cable de un tirón, sin saber que la conexión ya estaba anulada.
Se sienta en el piso, sobre la tierra. Putea a los gritos. Llora.
Después de unos minutos se seca las lágrimas y afirma con la cabeza como convencido.
Se levanta. Busca más ropa. Se pone encima un buzo con capucha, unos guantes de látex que había en la cocina, un pantalón cargo y unas botas para la lluvia.
Sube la escalera.
El sol de la mañana lo encandila. Se hace visera con la mano, mira alrededor, no hay nadie en la calle, tampoco hay patrulleros. Va caminando con cautela, escondiéndose entre los yuyos largos y los árboles. Si un policía lo ve sin protección puede dispararle a matar. Llega al centro repartidor de nutrientes del Sector 19. La fachada del edificio es alta, pintada de gris oscuro, tiene una puerta de acceso blindada, con una cámara, un panel y un cajón de intercambio seguro. Al lado de la puerta hay un portón enorme para la salida de camiones. Toca el timbre. Nadie atiende. Vuelve a tocar. Lo mismo. Vuelve a tocar y deja el dedo varios segundos.
— ¿Quién es? ¿Qué quiere?
— Buenos días… Necesito ayuda por favor…, necesito un tubo de nutrientes, el más grande que tenga, por favor, ¡le pago lo que quiera!
— Señor, soy el sereno, no puedo venderle, los repartos se hacen los días de semana por la mañana.
— Por favor se lo pido, estoy desesperado…
— Señor, estoy viendo que no lleva protección, voy a tener que llamar a la policía.
— ¡No la policía no! ¡Le puedo dar todo lo que tengo en mi cuenta!
Se hace un silencio
— ¿Me escuchó? Le doy...
— ¿Cuánto tiene?
— No sé, me robaron mi teléfono, habilite el panel y le digo enseguida, ¡por favor!
Otra vez silencio. Luego se escucha un click. El panel se enciende. Se saca los guantes y los tira al piso. Pone el pulgar sobre la pantalla e ingresa un número. Su saldo es de cero créditos dice la pantalla. Se pasa la mano por la cabeza, vuelve a poner el pulgar, ingresa otro número. Su saldo es de cero créditos. ¿Qué pasa? Dice el sereno. Él le hace una seña con la palma de la mano para que lo espere un poco más. Aprieta los párpados. Se lleva ambas manos a la cabeza y aprieta el mentón contra el pecho. No puede ser, dice. Levanta la cabeza de golpe, vuelve a poner el pulgar y otro número. Su saldo es de dos millones de créditos. Respira profundo llenando su pecho y larga el aire. Sus párpados se relajan.
— ¿Dos millones sin trazabilidad le alcanzan?
Baja la escalera de su búnker con el tubo en la espalda y pasa de largo de la esclusa descontaminante. Saca el tubo vacío del aliviador y pone el nuevo. Va al baño y se da una ducha de agua tibia. Sale y se huele la piel, siente el olor del jabón antiviral que lo reconforta. Se envuelve en una colcha, se acerca a la pantalla del aliviador y elige la opción de simular hasta agotar el tanque. Luego elige el nivel de simulación de aislamiento cero. Se mete dentro de la cápsula con la colcha encima. La luz verde ilumina su rostro sonriente, sus ojos empiezan a moverse debajo de los párpados con rapidez. Cuando se duerme la luz se pone roja y el nivel de aislamiento que muestra la pantalla pasa de cero a nueve. La voz femenina dice nivel de aislamiento de prueba 9. Alerta. No apto para su uso prolongado. Alerta.
Pasan diez años en la simulación y sigue atado a la cama de la habitación mal iluminada. Las cortinas de plástico que lo rodean están cada vez más sucias. Alguien se detiene al lado, detrás de las cortinas y lo observa. Murmura algo que él no escucha. Le vuelven a sangrar los ojos y la nariz y la sangre nueva limpia un poco la sangre vieja y seca y tapa el olor a mierda por un rato. Unas horas después escucha un sonido que lo entusiasma: encendieron el incinerador, pero no es para él, todavía no, faltan muchos años para eso.