martes, 27 de febrero de 2024

El Aliviador


Cae la tarde en el Sector 19, antes barrio Guadalupe Este. La poca luz del sol que queda rebota y se difumina entre las partículas de tierra y dióxido de azufre que van y vienen con el viento fuerte y cálido del invierno santafesino. Las medianeras descuidadas de los patios se tambalean levemente, de a ratos se cae alguna. La mayoría de las casas parecen abandonadas, llenas de humedad y graffitis en sus fachadas, tienen las ventanas tapiadas y las puertas despintadas y sucias, pero blindadas. Los mosquitos mutados del dengue descansan entre los yuyos espesos que salen de las calles y veredas rotas. Pasa un camión de la policía con las luces blancas y azules y un altoparlante que dice: “Comienza el toque de queda. Se abrirá fuego preventivo a cualquier persona que sea vista violando el aislamiento. Las ejecuciones sumarias están permitidas”. 

Su búnker está debajo de la casa que ya no habita. La escotilla de entrada es redonda con dos trabas y cierre presurizado y centralizado, de las mejores del mercado. Una vez pasada la escotilla hay una escalera para bajar los cinco metros de profundidad y luego una pequeña esclusa descontaminante. Las paredes y el piso son de concreto con una fina capa de pintura antiviral. Todo está impecable y bien iluminado. La cama está tendida con sábanas limpias. En el escritorio está su laptop encendida, mostrando en la pantalla la evolución de sus acciones de la bolsa y en otra ventana una noticia que lo involucra en una estafa millonaria a sus clientes. En la cocina hay una heladera de puerta vidriada repleta de botellas de agua potable y frutas y verduras de larga vida, en el freezer tiene algo de carne de cultivo. En un pequeño depósito guarda los tanques llenos de NutriNacional de 5 kilos que sirven para alimentarlo y oxigenarlo mientras utiliza el aliviador. Los tanques vacíos están en una pequeño ascensor con salida a la superficie y que sólo puede ser accedido por repositores NutriNacional autorizados por el Estado. 

Está recostado dentro de la cápsula vidriada del aliviador, con una luz amarilla cálida que le ilumina la cara, tiene una leve sonrisa y sus ojos se mueven rápido debajo de los párpados cerrados. La pantalla de led del aparato dice:

60 días de aislamiento nivel 5 simulados

1% de NutriNacional restante.

En la simulación está en su casa, sentado en un sillón del living, la luz de la tarde entra por las ventanas atravesando las cortinas amarillas, limpias, un viento fresco las mueve y recorre toda la casa dejando un olor a pasto recién cortado, el gato da vueltas alrededor de sus piernas. Habla con su familia por videollamada. Cuando corta piensa que le gustaría mirar porno, pero hacía poco la habían prohibido (el aliviador sólo permite simular ciertas actividades para no generar expectativas peligrosas en el inconsciente). Entonces se pone a mirar algunos memes de los que produce el Ministerio de Protección Ciudadana, algunos son graciosos, piensa. Suena el timbre, se levanta, se pone el protector facial y los guantes, sube la persiana y mira, hay un negro vestido de traje oscuro, lleva barbijo y guantes de latex naranja. Es Laurence Fishburne, el de Matrix.

— Hola — dice él. 

El otro no responde

 — ¿Qué quiere?

— Ya sé que querés mirar porno — dice el negro

— ¿Cómo?

— Querés mirar porno o un buen meme, pero el gobierno no te deja, tienen más miedo de que seas, temen más a eso que al virus — dice y se saca los guantes y luego el barbijo. Él cierra la persiana de golpe.

— Señor, si no se pone de nuevo el barbijo voy a tener que llamar a la policía.

El negro larga una carcajada.

— Estás en una simulación, en un rato te vas a despertar, te queda poco nutricional y se te va a apagar el módulo. Tomá — dice y desliza un papel por debajo de la puerta

— ¿Señor?… ¿Está ahí?

No se escucha nada del otro lado de la persiana. Espía por una hendija, ya no está.

Se agacha y con las puntas de los dedos enguantados levanta el papel, lo mira, hay una dirección de Internet escrita, esta compuesta por números. Se escucha un golpe fuerte en la puerta, se sobresalta

— ¿Señor sigue ahí?

Otro golpe más, más fuerte.

— Señor voy a llamar a la policía…

— ¡Memorizá esa dirección! — grita el negro con una voz más grave.

— Señor por favor váyase, ¡ya estoy llamando a la policía! — dice mientras marca con el 911 con su teléfono.

Otro golpe en la puerta hace retumbar toda la casa, cae un pedazo de cielo raso.

— ¡Memorizá la dirección y decímela! ¡Tu libertad depende de eso!

Levanta el papel con sus manos temblando y vuelve a mirar el papel, lee la dirección en voz alta. La puerta vuelve a retumbar y la casa también.

— ¡Repetila! — Él la repite — ¡De nuevo! — Vuelve a repetirla.

Abre los ojos. NutriNacional al cero por ciento le dice la voz femenina del artefacto. Se abre la cápsula y la luz amarilla que lo iluminaba pasa a un tenue azul. Sale, se sienta en su cama. Le duele la cabeza, está nervioso, el módulo no le hizo bien, pero no puede recordar por qué. Las simulaciones a veces no se recuerdan, cómo los sueños. Va de nuevo hasta el módulo, toca unas teclas del display, su nivel de endorfinas bajó sobre el final de la simulación y tuvo un pico de ansiedad. ¿Qué mierda le pasa a esta cosa? Dice mientras cambia el tubo de nutrientes. Busca el número de teléfono de AliviAr, cuando pone marcar y ve en la pantalla de su teléfono el número, corta. Recuerda la dirección de Internet de la simulación, recuerda al negro y los golpes en la puerta, corre hasta la mesita de luz, abre la laptop e ingresa la dirección de Internet. La pantalla del navegador queda un rato largo cargando, cuando termina aparece un video en el medio con un fondo negro. El video no tiene preview. Le da play. Tarda mucho en cargar, pero arranca. No tiene sonido, sólo se ve a un hombre con una máscara de V de Vendetta sacando con un destornillador el asiento semi cama del aliviador para descubrir una tapa que también remueve. Adentro está la placa madre del aliviador y un teclado numérico al lado. El hombre marca unos dígitos que luego aparecen en la parte baja del video. Pone de nuevo la tapa, pone el asiento y enchufa el aliviador. Se nota un corte en la toma y el aliviador aparece ya encendido con una luz verde en lugar de la amarilla; otro corte, el hombre se mueve por los niveles de simulación en la pantalla táctil y lo baja hasta cero, mira a cámara y con una mano hace firme la señal de ok. El video termina. Sus ojos se abren grandes, su corazón se acelera. El Ministerio sólo permite el nivel cinco de simulación y este video no sólo le mostró cómo bajar el nivel, sino también que puede elegir el nivel cero, un nivel que hasta ese momento creía una leyenda urbana, un nivel sin restricciones, sin aislamiento. Total libertad. 

Porno, buenos memes, compartir unos mates, salir de joda, ir a la cancha…, ¡coger! Dice empezando en un susurro y casi terminando en un grito. 

Desenchufa el aliviador, busca un destornillador y remueve con paciencia el asiento y luego el panel que cubre la placa madre, ve todo tal cual lo describe el video. Pulsa los botones indicados. Arma todo de nuevo. Enciende el aparato que se ilumina con la luz azul tenue, la voz femenina dice aliviador iniciándose, por favor espere. Luego la luz parpadea y se apaga junto con la pantalla del aparato. Se rasca la cabeza y se tira un poco de los pelos. Desenchufa el aparato y lo vuelve a enchufar. Nada. Se refriega las manos con la cara dejándola roja. Piensa que lo rompió y piensa en lo que puede tardar en que le den un nuevo, piensa cómo va a explicar lo que hizo cuando está prohibido tocar el aparato, se imagina que ya llegó el aviso al Ministerio, se imagina en la cárcel, parado en una celda pequeña, diez metros bajo tierra, comiendo y cagando por tubos. Golpea el aliviador con el puño cerrado, lo patea, se sienta en el piso, se agarra la cara transpirada…. El aliviador se vuelve a encender con una luz verde dentro. Suspira. La voz femenina le dice elija el nivel de simulación. Sonríe, se muerde los labios, el corazón le late a mil por hora. Elige el cero.


En la simulación va con su novia hacia una cervecería nueva que abrió en el centro, él maneja y ella le va contando de un lugar en Brasil donde quiere que vayan de vacaciones. Estaciona el auto con la asistencia de un trapito que cuando sale le dice te lo cuido. La cervecería está llena, suena Gata Malvada de Leo Mattioli, se sientan y miran la carta. Una moza les pregunta qué van a tomar, eligen dos rojas y unas papas con verdeo y panceta. Más tarde piden un grande de rúcula y jamón crudo y otras pintas más. Se quedan un buen rato y luego salen hacia su casa esquivando los controles de alcoholemia. Llegan y van derecho a la habitación, ella lo agarra de los pelos y lo besa, él le aprieta el culo y la atrae hacia su cintura. Se desvisten, ella se tira en la cama y él corre a apagar la luz de la habitación y prender una luz de led de verde que está arriba de la cama. Vení, dice ella, estira un mano, lo agarra y lo tira en la cama al lado de ella.

Se despierta a la madrugada, tiene ganas de mear, ella duerme sobre su pecho, la corre despacio y se levanta. Tira de la cadena y se lava las manos, se mira en el espejo y entonces escucha una voz de mujer que pareciera salir desde las paredes: hay personas en la planta alta de su casa, por favor despierte. Mira para todos lados, acerca el oído a una pared. Por favor, despierte, hay personas forzando el ingreso. Despierte. Enviando alerta… No hay conexión. 

Sale al patio, apunta su oído a la casa de los vecinos, pero el sonido no viene de ahí. Despierta a su novia, ¿escuchás eso? Dice él. ¿Qué cosa? ¿Qué pasa? Dice ella.

La escotilla fue abierta. Iniciando protocolo de despertado rápido. No se puede enviar alerta. No hay conexión.

¡Eso! ¿Escuchaste? ¿De dónde viene? Mira su teléfono, mira el de ella. No escucho nada, me estás asustando, qué te pasa, dice ella.

El primer intento de shock eléctrico leve no funcionó. Volviendo a intentar.

Eso… ¿escuchaste?

El segundo intento de shock eléctrico leve no funcionó. Volviendo a intentar.

¡Decime que es lo que escuchás!

El tercer intento de shock eléctrico leve no funcionó. Subiendo la intensidad del shock eléctrico a medio.

Mi vida qué te pasa, querés que vayamos a la guardia, por favor qué te pasa, estás temblando.
El shock intermedio no funcionó. Comienza el apagado de emergencia.

Se empieza a sacudir, le sale espuma de la boca. 

¡Amor! ¡Qué te pasa por dios! Dice ella y lo agarra fuerte para que no se caiga de la cama.

El módulo no puede apagarse. No puede enviarse alerta. No hay conexión. Por favor despierte. Por favor despierte. Por favor despierte. Por favor despierte. Por favor despierte.

Lo internan en el sanatorio unos días, luego en un psiquiátrico. Ella lo visita seguido, pero él apenas si puede mantenerse sentado de la cantidad de calmantes que toma para acallar un poco las voces. 

Pasan unas semanas en la simulación. La voz surge con más fuerza y dice: nivel de nutrientes muy bajo. Apagado inminente.


Abre los ojos. Tiene la vista borrosa y la cabeza le está por estallar. Se refriega los ojos, la vista se le aclara un poco: el vidrio de la cápsula del aliviador está cubierto de polvillo. Aprieta el botón de apertura y sale. Intenta ponerse de pie, pero no puede. Mira. El búnker está lleno de tierra y hojas, la cama está revuelta, el colchón tiene varios tajos y la espuma saltada, faltan su teléfono y su laptop, las puertas de los armarios están abiertas y todo revuelto o afuera, la heladera está vacía, al igual que depósito de nutricional. Logra pararse y camina. La escotilla está abierta y se ve luz del día, el aire entra sin filtro alguno. Ve un papel pegado a la escalera, se acerca, lo agarra y lee; “MORITE POR GARCA”, dice. Las piernas se le aflojan, siente palpitaciones, el cuerpo le tiembla. Va hacia el armario y busca el traje protector, no está,  tampoco la máscara ni el barbijo de emergencias. Da unas respiraciones profundas tratando de tranquilizarse. Agarra una remera y la pasa alrededor de su cara tapando nariz y boca, la ata bien. Camina hacia el baño, busca los detectores rápidos del virus y el inyectable de emergencia. No hay nada. Recuerda que el aliviador trae un detector incorporado y ruega que aún esté ahí. La mano le tiembla y con dificultad busca la opción “Detección de emergencia” en la pantalla del aparato. Se desprende una pequeña bandeja con varios hisopos y un orificio. Agarra uno de los hisopos y se lo pasa por la boca, lo coloca en el orificio  y empuja hacia adentro la bandeja. La pantalla del módulo dice procesando muestra y la voz femenina también dice procesando muestra.

Espera. 

Le caen gotas de sudor por toda la cara empapando la remera. 

Si llega a estar contagiado la policía lo va a buscar y lo van meter en el peor de los aislamientos hasta morir en unas pocas semanas con sangre saliendo de sus ojos, oídos, con sus órganos reventados... 

Suena un pitido del módulo, la voz femenina dice: Muestra procesada. Resultado positivo. Por favor diríjase al centro de aislamiento más cercano. Enviando el resultado al Ministerio de Protección Ciudadana. Corta el cable de un tirón, sin saber que la conexión ya estaba anulada.

Se sienta en el piso, sobre la tierra. Putea a los gritos. Llora.

Después de unos minutos se seca las lágrimas y afirma con la cabeza como convencido.

Se levanta. Busca más ropa. Se pone encima un buzo con capucha, unos guantes de látex que había en la cocina, un pantalón cargo y unas botas para la lluvia. 

Sube la escalera.

El sol de la mañana lo encandila. Se hace visera con la mano, mira alrededor, no hay nadie en la calle, tampoco hay patrulleros. Va caminando con cautela, escondiéndose entre los yuyos largos y los árboles. Si un policía lo ve sin protección puede dispararle a matar. Llega al centro repartidor de nutrientes del Sector 19. La fachada del edificio es alta, pintada de gris oscuro, tiene una puerta de acceso blindada, con una cámara, un panel y un cajón de intercambio seguro. Al lado de la puerta hay un portón enorme para la salida de camiones. Toca el timbre. Nadie atiende. Vuelve a tocar. Lo mismo. Vuelve a tocar y deja el dedo varios segundos. 

— ¿Quién es? ¿Qué quiere? 

— Buenos días… Necesito ayuda por favor…, necesito un tubo de nutrientes, el más grande que tenga, por favor, ¡le pago lo que quiera!

— Señor, soy el sereno, no puedo venderle, los repartos se hacen los días de semana por la mañana.

— Por favor se lo pido, estoy desesperado… 

— Señor, estoy viendo que no lleva protección, voy a tener que llamar a la policía.

— ¡No la policía no! ¡Le puedo dar todo lo que tengo en mi cuenta! 

Se hace un silencio

— ¿Me escuchó? Le doy... 

— ¿Cuánto tiene? 

— No sé, me robaron mi teléfono, habilite el panel y le digo enseguida, ¡por favor!

Otra vez silencio. Luego se escucha un click. El panel se enciende. Se saca los guantes y los tira al piso. Pone el pulgar sobre la pantalla e ingresa un número. Su saldo es de cero créditos dice la pantalla. Se pasa la mano por la cabeza, vuelve a poner el pulgar, ingresa otro número. Su saldo es de cero créditos. ¿Qué pasa? Dice el sereno. Él le hace una seña con la palma de la mano para que lo espere un poco más. Aprieta los párpados. Se lleva ambas manos a la cabeza y aprieta el mentón contra el pecho. No puede ser, dice. Levanta la cabeza de golpe, vuelve a poner el pulgar y otro número. Su saldo es de dos millones de créditos. Respira profundo llenando su pecho y larga el aire. Sus párpados se relajan.

— ¿Dos millones sin trazabilidad le alcanzan? 

Baja la escalera de su búnker con el tubo en la espalda y pasa de largo de la esclusa descontaminante. Saca el tubo vacío del aliviador y pone el nuevo. Va al baño y se da una ducha de agua tibia. Sale y se huele la piel, siente el olor del jabón antiviral que lo reconforta. Se envuelve en una colcha, se acerca a la pantalla del aliviador y elige la opción de simular hasta agotar el tanque. Luego elige el nivel de simulación de aislamiento cero. Se mete dentro de la cápsula con la colcha encima. La luz verde ilumina su rostro sonriente, sus ojos empiezan a moverse debajo de los párpados con rapidez. Cuando se duerme la luz se pone roja y el nivel de aislamiento que muestra la pantalla pasa de cero a nueve. La voz femenina dice nivel de aislamiento de prueba 9. Alerta. No apto para su uso prolongado. Alerta.  


Pasan diez años en la simulación y sigue atado a la cama de la habitación mal iluminada. Las cortinas de plástico que lo rodean están cada vez más sucias. Alguien se detiene al lado, detrás de las cortinas y lo observa. Murmura algo que él no escucha. Le vuelven a sangrar los ojos y la nariz y la sangre nueva limpia un poco la sangre vieja y seca y tapa el olor a mierda por un rato. Unas horas después escucha un sonido que lo entusiasma: encendieron el incinerador, pero no es para él, todavía no, faltan muchos años para eso. 


 

miércoles, 21 de febrero de 2024

Los Quemacoches


Mi relato les va a parecer el de un espectador, un actor de reparto o, menos que eso, un extra, alguien que pudo hacer, pero no hizo nada. No me interesa. Estoy muerto. Sólo quiero traer un poco de luz sobre lo que sucedió con los quemacoches y la masacre de Santa Fe.

Todo comenzó con el llamado de un vecino que dijo tener datos sobre los quemacoches. Dijo que eran unos pibes que vivían en su edificio, que reconoció a uno de ellos en una filmación que salió en el noticiero donde no se veían bien las caras, pero que lo reconoció por su remera, una remera blanca con un estampado “diabólico”, con la que lo había visto salir varias noches. La pista era bastante floja, pero a mí el tema me obsesionaba desde hacía años así que convencí a mi compañero para continuar.

Fuimos al lugar, un departamento cerca de la UTN donde vivían tres pibes, de Esperanza dijeron, padres sojeros de seguro, chicos “bien”, de aproximadamente veinte años cada uno. Dos flacos desgarbados y uno gordito con lentes. Todo lo que esperaba de estudiantes de ingeniería. Pasamos al departamento, les explicamos porqué estábamos ahí y les pregunté por la remera, uno me dijo que sí, que era una remera que había usado, que era de un amigo, que era el símbolo de una banda alemana de heavy metal, que se la había prestado para un recital, pero que ya la había devuelto. También les preguntamos sobre la noche del incendio: dónde estaban y con quién; todos tenían coartada. Nos mostraron fotos y videos de una juntada que hicieron en una quinta en Rincón ese día en esas horas y nos pasaron contactos de quienes podrían corroborarlo. Les pedí permiso para pasar a las habitaciones y revisar, dijeron que sí, que no había problema. Se mostraban amables y tranquilos, como si la presencia nuestra no los perturbara para nada.

En los dormitorios había posters del presidente Milei, de la tierra plana, algunos más de dibujos japoneses y varios de la banda alemana de la remera. También tenían libros sobre programación, sistemas, inteligencia artificial y finanzas de esos de hacerse rico en poco tiempo. Todos estaban pulcros, ordenados. Nada me pareció fuera de lo común para el perfil de esos chicos. En todos revisé los armarios y no encontré la remera que el vecino señaló, pero sacando ropa se cayeron unos billetes de mil y un papel doblado en dos. Guardé los billetes en el bolsillo. El papel lo abrí y lo leí:


LOS HIJOS DE MOLOCH
CUMPLIREMOS TU MANDATO
Y SANTA FE SERÁ TUYA


Lo di vuelta y tenía impresos unos rectángulos con una disposición antojadiza, aunque con cierta simetría, uno de ellos relleno de color rojo.



Al volver de la habitación les mostré el papel. Por primera vez noté cierto nerviosismo en sus gestos y el rictus que tenían en sus caras se rompió por un pequeño instante. Me dijeron que era un juego entre ellos y otros compañeros de la facultad, juegos de rol y otras cosas más que no les entendí. "Cosas de nerds", dijeron riendo ante mis gestos de incomprensión. Les pregunté si podía llevarme el papel, por supuesto, dijeron. 

Ya en el patrullero sacamos concluimos que esos tres virgos de suerte si encendían un fósforo para prender el horno. Lo que buscamos eran anarquistas o estafadores de seguros, gente pesada, con antecedentes o miembros de organizaciones criminales.

Al terminar la jornada me fui a casa. Cociné una pizza congelada de Grido, abrí una lata de Santa Fe, encendí la tele donde pasaban un partido viejo y me senté frente a la laptop. Busqué "Moloch" y lo que vi me puso en alerta. Enderecé y tensé los músculos de mi espalda y leí. El nombre hacía referencia a un dios perdido de una antigua civilización que exigía sacrificios de niños a quienes se los prendía fuego. Los sacrificios se hacían para que Moloch se alzará y purificará la tierra de los "impíos", de los que no creyeran en él, de los enemigos de sus fieles. El dios también tenía referencias en videojuegos, cómics, la banda alemana y hasta había un video de una banda de K-pop donde se veía claramente una pequeña estatua de él. 

Sin dudas había una relación entre el fuego y estos pibes, pero en ninguno de los incendios hubo muertos o siquiera heridos y menos niños. Me puse a pensar que quizás estaba exagerando y que, como dijeron, sólo se trataba de un juego, así iba a cerrar la laptop e ir a dormir, pero una imagen me devolvió al estado de alerta: era un dibujo de un altar de sacrificio en honor a Moloch. Saqué de mi bolsillo el papel que le encontré a los pibes y miré su reverso: la disposición de los rectángulos era idéntica a los habitáculos de las víctimas del altar.

Decidí cerrar todo y apagar, ya era tarde, necesitaba dormir un poco. Me acosté, pero no pegué un ojo en toda la noche. 

Al día siguiente fui directo al despacho de mi jefe, le conté del llamado y de lo que había averiguado y le dije que necesitábamos vigilar a los pendejos. Me mandó a la mierda. Me dijo que estábamos hasta acá de quilombos entre enfrentamientos entre bandas en las barriadas, robos a mano armada, muertos y heridos de bala y que el ministro de seguridad le estaba respirando en la nuca. Que me dejara de hinchar las pelotas y saliera a hacer mi laburo y no le tocara los huevos.  

Esa tarde me la pasé de acá para allá en el patrullero, mostrando presencia policial en la Costanera y en los barrios del centro. Mientras manejaba le conté a mi compañero lo que había averiguado y a penas si me prestó atención. Estaba más preocupado porque la esposa le había encontrado unos chats picantes con una de la fuerza. Cuando me tocó de acompañante aproveché para buscar más información: revisé grupos de Facebook o tweets que hicieran referencia al tal Moloch. No encontré nada nuevo ni relacionado con Santa Fe. Mi compañero me miró y me dijo hacele caso al jefe y dejate de joder con eso. Pero mi intuición me pedía seguir.  

A la noche fui en mi auto a vigilar a los virgos. Llevé una lonchera con latitas de cerveza bien frías y unos maníes. Tenían una camioneta SUV Chevrolet estacionada en frente, cuando fuimos la primera vez también estaba, supuse que era de ellos y le saqué una foto. 

No salió ninguno en toda la noche ni para sacar la basura. No era de extrañar que esos energúmenos no salieran de la casa y menos que no tuvieran vida social, pero si alguna conexión tenían con los quemacoches, que quemaban de noche y madrugada, entonces iban a salir. Cerca de las cinco me volví a casa.

Repetí varias noches la misma rutina sin resultados…, hasta la cuarta. Esa noche volví a estacionarme enfrente con mis cervezas. A eso de las doce salió uno, el gordito de lentes, entró en la camioneta y arrancó. Lo seguí. Anduvo despacio hasta que llegó a la avenida Costanera y ahí pisó un poco. Llegó el final, pasando la rotonda de Artigas, y después encaró para el oeste, cruzó las vías y viró para el norte. Yo manejaba y tomaba, manteniendo la distancia para que no me viera. Siguió hasta la Chaqueñada y ahí se metió. Está loco este pibe, pensé. Entré yo también, más con miedo de que me reconocieran los gorrita de que me pasara algo. Frenó y las luces rojas iluminaron un instante las casas de ladrillo hueco y algunas caras con visera y un perro flaco y sucio. Una figura se apoyó contra su camioneta, parecía una mujer, él le dio algo en un sobre. Se quedaron hablando un rato y después metió marcha atrás y tuve que apurarme para salir yo también y me tiré cerveza encima. Hicimos el camino inverso y volvió a su casa. No volvió a salir ni él ni los otros.

Al otro día tuve cambio de turno así que aproveché la mañana para ir a hablar con el Negro Palito que estaba laburando en una obra en el centro, pero que era de la Chaqueñada. El Negro Palito era buen tipo y laburante. Sólo choreaba cuando se quedaba sin guita para la droga y se llevaba bien conmigo, yo lo respetaba y él a mí, nunca lo fajé y le dejé pasar varias.

—¿Qué querés acá, basura? ¡No tengo un mango!

—¡Epa, Palito! ¿Desde cuándo trato?

Palito frunció el ceño, sacó un pucho, lo prendió y se lo llevó a la boca.

—Dale, ¿qué querés?
—Necesito saber si conocés esta camioneta, anda por tu barrio, ayer anduvo a la vuelta de tu casa — dije y le mostré la foto de la camioneta que tenía en mi celular

Palito se rascó la barba, aspiró y largó un humo denso. 

— La vi varias veces. Andan unos pendejos. Los vi hacer negocios con La Teresita. Es lo único que sé y vos sabés que con esa mina yo trato de no meterme. La esquivo si la veo. 

La Teresita era conocida en casi todo Santa Fe. Trabaja en la Chaqueñada, pero se sabe que vive en una country en la salida de la ciudad. Había estado presa por tráfico de menores, cayó por una investigación al dueño de una radio. Después resultó que también proveía chicos al Casino y ahí dejaron a todos libres. 

—Necesito que me avises si los ves de nuevo — dije y Palito se estremeció.

—No me hagas meterme en quilombos.

—Solamente si los ves, no necesito saber nada más. Te tiro unos buenos mangos, ¿sí?

—Está bien, por el piberío lo hago, p orque guita ya me debes de otros laburos.

Cuando llegué a casa me puse a imprimir el mapa de la ciudad con los autos quemados para ver si podía hacer encajar el dibujo del papel que había encontrado, pero el mapa era enorme e inabarcable. Los coches incendiados eran cientos y desde hacía más de diez años. Así que busqué los datos del auto incendiado que generó la denuncia del vecino. Se trataba de un Duna blanco que lo habían movido varias cuadras según lo que testificó el dueño y según los peritos lo habían prendido fuego con nafta, no con kerosene como la mayoría. Refiné la búsqueda. Volví a imprimir el mapa: eran muchos menos y tomando el Duna como pivote logré hacer encajar el patrón, pero faltaba un rectángulo, el del medio, el rojo. El lugar que ocupaba señalaba varias cuadras en pleno centro de la ciudad: desde el final de la peatonal hasta el Molino.

Agarré el teléfono y llamé a mi compañero que durante las próximas semanas tenía las noches libres. Le pedí por favor que vigilara a los pibes. Me dio mil vueltas, me dijo que estaba todo mal con su mujer, que no era momento, que tenía que estar en casa. Al final aceptó.

Transcurrieron varios días sin novedades. Una tarde que entré a la comisaría a hacer mi turno, Tita de la recepción me dijo que hacía unos días el Negro Palito me había andado buscando, que tenía información para mí y que lo buscara. Cuándo fue eso, le pregunté. Pensó y dijo como dos días atrás y ayer también, perdón, anda tanto Palito por acá que se me pasó. Me fui rajando a buscarlo mientras la puteaba a Tita en colores. Cuando llegué a la obra Palito se acercó a mí con cara preocupada. Les vendieron un nene, se lo llevaron en la camioneta, drogado, parecía muerto, pero no estaba muerto, yo no te dije nada sino me hacen cagar. Me subí al móvil, puse la sirena y arranqué para casa de los pibes, gol pee y no había nadie, no estaba la camioneta. Llamé a mi compañero y le dije que había visto esas noches de vigilancia. Me dijo que fue una vez nada más, que le parecía al pedo, que no me enojara, pero que la mujer no sé qué. Le corté.

Unas horas más tarde allanaron la casa de los pibes y detuvieron a La Teresita. En la casa no encontraron nada y  Teresita salió a las horas por pedido del fiscal. En el cambio de turno casi me cago a trompadas con mi compañero. Me fui a casa, me clavé dos clona y los bajé con cerveza… 

Me despertó un fuerte estruendo, me asomé por la ventana de mi departamento y vi humo en el horizonte, venía del centro. Era casi medianoche. Busqué mi auto y fui hacia el lugar.

Era viernes así que las calles estaban atestadas. Llegando al centro no había luz. Agarré Boulevard y llegando al Molino, me tuve que bajar porque no se podía avanzar. Los conductores tocaban bocina y puteaban. Me bajé y corrí entre los autos, las luces blancas y rojas iluminaban el camino. En la intersección con Rivadavia se había hecho un socavón enorme, en el fondo había fuego. Más adelante un coche ardiendo. Caminé hacia él, era la camioneta de los pibes. Me acerqué despacio, las piernas me temblaban, me cubrí el rostro por el calor y miré, había un cuerpo, un cuerpo pequeño, era un nene, una criatura. Por unos segundos quedé congelado frente al cuerpo ardiendo, luego miré a los costados, entre los autos, entre la gente que miraba y filmaba con sus celulares, estaban los pibes con sus remeras estampadas con Moloch, estaban con otros pibes más, de su edad también, agarrados de la mano, mirando hacia abajo, el mentón sobre el pecho, rezaban o entonaban un canto. Caminé hacia ellos, llevé mi mano a la cintura para sacar la pistola, pero no la tenía. Entonces se escuchó otra explosión y luego se empezó a sentir un fuerte temblor. Caí de rodillas. Cayeron pedazos de edificios sobre los autos. Se escucharon gritos. El temblor se detuvo y el socavón crujió y de él salió una llamarada que sobrepasó el techo de la estación Shell y luego se atenuó. Me incorporé, caminé y me asomé al agujero. Algo adentro se movía y empezaba a salir. Reculé. Dos cuernos gigantes asomaron, después unos ojos, un hocico de toro con una argolla de hierro que la atravesaba, en sus fauces había fuego. La gente seguía filmando, los conductores salían de los autos para hacer lo mismo. Una manos con pezuñas se apoyaron en el asfalto y empujaron hacía arriba y entonces la figura asomó casi por completo, medía diez o quince metros. Era lo que había visto en las imágenes, era Moloch. Detrás mío los pibes alzaban las manos en una alabanza. Entonces la bestia rugió haciendo retumbar todo, inhaló aire, llenó su pecho y escupió fuego hacía arriba, hacia el cielo nocturno, iluminando todo. Los pibes gritaron "¡Moloch! ¡Cumplimos tu mandato! ¡Santa Fe es tuya! ¡Moloch!". La bestia miró hacía donde estaban y con otro aliento de fuego los hizo volar varios metros. Desde el suelo gritaron como chanchos mientras se revolcaban envueltos en llamas. Moloch se incorporó del todo sobre Rivadavia frente a las luces de los celulares, enderezó su espalda como si se hubiera despertado de una larga siesta, llevó sus hombros hacia atrás y llenó su pecho de aire y junto con un alarido ensordecedor largó una bocanada de fuego interminable en todas las direcciones. 

Vi arder a los autos y a los edificios. Vi arder a los hombres y a las mujeres con los celulares en sus manos. Vi arder niños también. Vi arder mis brazos y mis piernas y todo mi cuerpo mientras mis ojos ardían y después no vi nada más.


martes, 20 de febrero de 2024

La máquina que predijo el futuro

A fines de la década del setenta, el Profesor Hilario Campos creó una máquina capaz de predecir el futuro. Pero luego de su trágico final, todo el proyecto fue destruido por un incendio. Lo único que quedó es la teoría que sustentaba el funcionamiento de su máquina: si todo se conoce, todo se puede predecir. Nada es azar.

Hilario era miembro de una familia acaudalada y por ello pudo dedicarse a trabajar en su máquina durante más de veinte años sin interrupciones. Lo hizo en un laboratorio que instaló en el garaje de su casa con una computadora enorme que ocupaba toda una pared. Hilario se la pasaba ingresando datos de amigos y familiares y de todo lo que a ellos los rodeaba. Su mujer, Susana, de vez en cuando se acercaba a cebarle unos mates y tratar de darle charla, pero él apenas si largaba algunos monosílabos. Dormía y vivía en el laboratorio. 

En sus inicios la máquina pudo predecir con exactitud algunos pocos hechos:

Juan Ortíz tendrá caries en una muela.

Amanda Suárez perderá su empleo por problemas con el juego.

Susana Martelli le pedirá el divorcio a Hilario Campos porque está enamorada de otro hombre.

Pasado ese tiempo de pruebas hogareñas y con la máquina terminada, Hilario decidió que había llegado el momento de poner a prueba su invento en algún lugar que le permitiera relevar la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible. Consiguió un listado de las poblaciones más pequeñas y aisladas de la provincia y eligió Pozo Escondido, un pueblito perdido en el norte de Santa Fe de noventa habitantes, agricultores y ganaderos, que vivían de lo que ellos mismos producían.

Hilario viajó a Pozo Escondido, reunió a todos sus habitantes en el salón comunal y les contó del proyecto. Logró convencerlos ofreciéndoles a cambio de la colaboración un salario mensual. Hilario vendió la parte de la casa a su mujer, alquiló una casucha en la ciudad más cercana al pueblo, a unas dos horas en auto, instaló allí su laboratorio y empezó el trabajo. 

Viajó diariamente duramente varias semanas y relevó toda la información que necesitaba de cada persona: su pasado, su presente, su rutina, sus rasgos físicos y psicológicos, sus fortalezas, sus debilidades, sus deseos y ambiciones, su familia cercana y lejana, las enfermedades que había tenido, los lugares que había visitado, la música que escuchaba, los libros que había leído, el color que más le gustaba, sus comidas favoritas…, todo lo que pudiera obtener de cada uno. Al finalizar cada día ingresaba todos los datos en la máquina.

También registró la historia del lugar, los árboles genealógicos, el clima, la vegetación, la geografía, los animales desde los perros hasta las vacas, los árboles, las plantaciones, la distancia entre las casas, el tamaño de las casas, las habitaciones, los baños, los comedores, las sala de estar, los sillones, las mesas, las sillas, los platos, los cubiertos, los vasos, las joyas, las fotos familiares, los cuadros, las postales... Todo lo que podía catalogar y registrar.

Estuvo un año encomendado a esa tarea que a veces tuvo que repetir por nacimientos o muertes o por cosas nuevas que llegaban al pueblo. 

Luego empezó a registrar los hechos diarios:

Germán Wagner discutió con su mujer Beatriz Wagner porque lo vio mirando a Esther Effele.

Elisa Muller se engripó.

Los cerdos de Enrique Andrada destrozaron la huerta de tomates de Luisa Bahl.

Ramón Suárez llegó borracho a casa, se tropezó y rompió el jarrón con las cenizas de su suegra.

Jacinta Bressan cumplió cinco años y recibió una muñeca de regalo.

Walter Bressan le dijo a su esposa Miriam Bressan que él siempre había querido un hijo.

Pronto, se dio cuenta de que registrar los hechos diarios necesarios para hacer andar la máquina iba a ser una tarea imposible, por más que se ciñera a los más relevantes. Necesitaba contratar gente, pero no quería compartir con nadie la información sobre su proyecto.

Fue al único bar del pueblo, se sentó en la barra y encendió un cigarrillo. Mariana Schmidt, la esposa del dueño, Roberto Schmidt, le preguntó qué quería tomar. Le pidió un vaso de ginebra e hizo fondo blanco ni bien se lo sirvió.

— ¿Qué le pasa, Don Hilario? — dijo ella. Él la miró y se dio cuenta de que nunca la había mirado a los ojos a pesar de haber pasado dos horas haciéndole un cuestionario. 

— Nada. Es que esto no funciona. Mi empresa es muy ambiciosa y estoy cansado.

— ¿Y cuál sería esa empresa? ¿La máquina?

— Sí

— Pensé que ya estaba terminando, hace más de un año que anda por acá, ya casi es uno de nosotros.

— Sí, avance mucho, pero ahora necesito informarme de todo lo que pasa acá y realmente me cuesta demasiado.

Mariana frunció la boca y la torció hacía un costado, se apoyó sobre la barra y se inclinó hacia él.

— Creo que yo lo puedo ayudar con eso.

— ¿Cómo?

— ¡No ve dónde estamos, hombre! 

Hilario miró a ambos lados. Torció un poco la cabeza, frunció el ceño y sonrió

— En el único bar del pueblo — dijo.

— Exacto. Este es el confesionario del pueblo, paisanos que como usted se sientan a tomar y contarme sus problemas; o también el lugar donde muchos se juntan a acordar cosas o chusmear sobre los demás… Venga todos los días a eso de las seis de la tarde cuando casi no hay gente y le cuento todo lo que haya escuchado. Me lo voy a ir anotando en una libretita.

— ¿Cuánto quiere a cambio? 

— No quiero nada a cambio. Con charlar un rato con alguien que no sea de acá me alcanza y me sobra. 

Se dieron la mano, el Profesor pagó su trago y se fue con la cabeza en alto. Cuando llegó a la casa fue directo a la computadora. Además de ingresar todo lo que había relevado ese día, ingresó sus propios datos ya que “era uno más de ellos”. También ingresó su charla con Mariana.

Hilario siguió viajando todos los días, recolectaba información y a las seis en punto iba al bar a ver qué había juntado Mariana. Cuando terminaban se quedaba charlando un rato con ella. En una de esas charlas, cuando se entonaban con ginebra, ella le contó que quería irse del lugar, que sólo se quedaba por su esposo. Él le dijo que a veces sentía que había desperdiciado su vida y que quizás hacía todo esto sólo para demostrarle a su padre que no era un inútil que se dedicaba a quemar la fortuna familiar. Ella le dijo que su invento iba a revolucionar al mundo y que le encantaría estar a su lado cuando eso sucediera. 

Una noche, varios meses después, Hilario se sentó frente a la máquina, prendió un cigarrillo y tipeó los datos del día. La máquina hizo un sonido y mostró un aviso en pantalla: «El proceso de predicción está listo. ¿Desea comenzar?» . Hilario escribió que sí. El cabezal de la impresora de matriz de punto se empezó a mover de un lado al otro haciendo de manera frenética un ruido ensordecedor. Empezaron a salir hojas y hojas de papel continuo impresas de lado a lado sin parar. 

Luisa Bahl matará de un escopetazo a uno de los chanchos de Enrique Andrada.

Carlos Muller se quemará con una bolsa de agua caliente que reventará bajo sus frazadas.

Ana Schwab se resbalará en su granja de tomates.

Ramón Suárez se reirá viendo a Ana Schwab desparramada sobre los tomates.

Ana Schwab le dirá a Ramón Suárez que se busque un trabajo en lugar de estar todo el día borracho y molestando a los que trabajan.

Miriam Bressan quedará embarazada de un varón.

Y así miles de líneas más.

Hilario arrancó algunas hojas de la impresora, las metió en su maletín, dejó el cigarrillo a medio terminar sobre el escritorio, se subió al auto y arrancó.

La impresora siguió trabajando mientras el cigarrillo empezaba a quemar sus hojas.

Hilario Campos le llevará las predicciones de su máquina a Mariana Schmidt. 

Mariana Schimidt le dirá a Hilario Campos que está orgullosa de él.

Hilario Campos le dirá a Mariana Schmidt que tiene los ojos más bellos que hayan visto en su vida.

Hilario Campos y Mariana Schimidt se besarán.

Roberto Schmidt encontrará a su esposa Mariana Schmidt besándose con Hilario Campos.

Roberto Schmidt intentará matar con un cuchillo a Mariana Schmidt.

Hilario Campos defenderá a Mariana Schmidt del ataque de su esposo Roberto Schmidt

Hilario Campos recibirá un corte mortal en cuello por parte de Roberto Schmidt.

Roberto Schmidt se dará a la fuga.

Hilario Campos morirá desangrado en los brazos de Mariana Schmidt.