viernes, 16 de febrero de 2024

Ensayo y Error

    El hombre leyó en su teléfono: «Otro misterioso suicidio y la teoría de un espíritu sacuden la ciudad». Era feriado y aún no había amanecido. En la ciudad no andaba nadie. Cada tanto pasaba algún vehículo y el motor resonaba varias cuadras a la redonda. El hombre, de mediana edad, estaba en el andén de la estación de trenes sentado en un banco, esperando. Continúo leyendo la noticia: «Se trata de una mujer de unos treinta años quien todavía no fue identificada. La encontraron colgada en un árbol de la plaza San Martín. Se suma a otros dos casos que ocurrieron en menos de un mes: un policía encontrado en la peatonal muerto de un tiro en la sien efectuado con su arma reglamentaria y un empleado municipal ahogado en uno de los piletones de tratamiento de aguas residuales. Los foros de las redes sociales hablan de un espíritu que incita a las personas al suicidio…» 

    El hombre siguió mirando el teléfono, encorvado, deslizando el dedo pulgar sobre la pantalla y sosteniendo el aparato con el resto de la mano, hasta que sintió una brisa fría en la nuca, Los pelos se le erizaron. Miró hacia el costado sin mover el cuello. Entonces vio a alguien por el rabillo del ojo, se dio vuelta y dió un pequeño salto.

    — ¡La puta madre, flaco! — dijo el hombre. Al lado, en el banco del andén, se había sentado un joven. Era alto y delgado, muy delgado. Tenía la piel blanca, casi transparente, tanto que unas pequeñas venas azules se le veían en las sienes y otra le surcaba la frente a lo largo. Tenía rasgos muy suaves, casi femeninos, orejas pequeñas al igual que su nariz, ojos saltones y labios gruesos y rojos. Llevaba una camisa blanca impecable, un saco de color negro que le quedaba grande, unos pantalones de jean y zapatillas. Su pelo era bien negro, con raya al costado y el flequillo pegado a la frente.

    — Disculpe, no lo quise asustar — dijo el joven.

    — No pasa nada, pibe — dijo el hombre tomando aliento —. Es que ni te escuché.

    — Camino muy despacio y peso menos que una pluma, no hago ruido.

    El hombre sonrió.

    — ¿Vas a trabajar o salís del boliche?

    — Voy al centro a ver a alguien.

    — ¿Tan temprano un feriado?

    — Sí.

    — ¡Qué ganas! ¿Una noviecita?

    — No.

    El hombre se quedó mirando un rato al joven quien tenía la mirada clavada en las vías del tren. Luego volvió a mirar su celular, pero lo incomodaba el silencio.

    — ¡No llega más el tren! — dijo, haciendo luego un chasquido de desaprobación con la boca.

    — En tres minutos llega.

    — ¡Pero qué exacto! — dijo riendo— ¡Ni un minuto más, ni minuto menos!.

    — Vengo seguido acá a esta hora.

    — A tomar el tren supongo…

    — A veces — dijo el joven y el hombre asintió tratando de no mirarlo raro.

    — Yo siempre tomo el colectivo, pero hoy no pasa por el feriado — dijo el hombre.

    El joven no lo miró ni respondió. Seguía con la mirada en las vías. El hombre volvió a su teléfono. Unos segundos después el joven dijo:

    — ¿Las vías están electrificadas?

    El hombre arqueó sus cejas y lo miró.

    — Creo que estas no, ¿por qué preguntás?

    El joven no contestó. Al rato se escuchó el ruido del tren.

    — Ahí viene — dijo el hombre y, mientras se paraba y guardaba el teléfono en un bolsillo, vió como el joven corría hacia las vías y se tiraba en ellas.

    El hombre corrió hasta el borde del andén y vio al joven parado mirando hacía el lugar desde donde venía el tren, el cual se acercaba cada vez más rápido. El joven no tenía gesto alguno en su rostro y tenía sus brazos a los costados, a lo largo, bien pegados al cuerpo, parecía un alfil.

    — ¡Qué hacés, pendejo! ¡Dame la mano y subí! — dijo el hombre y estiró la mano.

    — No.

    — ¡Dale pibe! ¡Qué te pasa! ¡Dame la mano!

    — No.

    El tren empezó a hacer sonar su bocina. Se escucharon también los frenos. Cuando el joven vio el tren casi encima estiró su mano y agarró la del hombre. En un sólo movimiento subió al andén y tiró al hombre sobre las vías. El hombre cayó de pecho. No tuvo tiempo siquiera para incorporarse. El tren se lo llevó puesto. La bocina sonó un rato más y luego cesó. El joven miró todo. Cuando el tren frenó por completo unos metros más adelante, empezó a caminar en dirección contraria.

    Ya lejos de la estación, con el sol asomándose y dándole de lleno en su rostro pálido, sacó una libreta y anotó:

Morir atropellado por un tren
  • Pros: la muerte es rápida.
  • Contras: cuerpo desmembrado y decapitado. No quiero quedar así. Además, si el chofer me ve con tiempo puede frenar antes.
  • Conclusión: buscar otro método.
  • Siguiente: tirarse de lo más alto del edificio en construcción que está en el centro. Probar con el sereno.

1 comentario: